Pelagio, tragedia lírica en cuatro actos, fue la última obra escrita por Saverio Mercadante. Sin embargo, fue la penúltima en estrenarse (Roma 1857), ya que Virginia (sobre la conocida historia de esta heroína romana modelo de pureza ciudadana (que tanto admiró Verdi ya que puso a sus malogrados hijos los nombres de Virginia e Icilio, su amado)), se dio a conocer posteriormente, en el Nápoles de 1866.
1857 es el año del Simon Boccanegra en primera versión, una década verdiana por excelencia que ya había conocido su llamada trilogía romántica y que se cerraría con otro enorme producto del potente poderío musical del busettano: Un ballo in maschera.
Mercadante, por esos años, parece vacilar en intenciones. Si en la escena inicial, donde presenta al protagonista del título, ofrece un uso bien desarrollado, a más de original, de las fórmulas tradicionales, después, en Taci: sai che Bianca all’Arabo, primera página solista del tenor, aria con su preceptiva cabaletta, recuerda a un Verdi tan primerizo como el de La mia letizia de I lombardi de catorce años atrás. Esta confusión de escritura, entre pasado y presente, no impide que emerjan de pronto suficientes situaciones de interés para que el músico atine sacándoles provecho. Pese a que la ópera lleva nombre masculino, el personaje mejor favorecido es el de la soprano, Blanca. Ella es la que sufre las peores consecuencias de la trama, indecisa entre el amor paterno y su pasión por el tenor (nada nuevo por supuesto, pero con indudable juego dramático), acusada por ambos de felonía. En consecuencia, acaba imponiendo su presencia en particular en el acto IV, el más eficaz de la partitura cuando ya las vicisitudes convergen inexorables conduciendo a la muchacha hacia el trágico final, con una gran escena a su cargo y con el emocionante momento de la muerte.
Pelagio es, claro está, Pelayo y está escrito para voz de barítono; pese a que por momentos casi llega a adquirir estatura verdiana (en el dúo con la hija está a punto de convertirse en un proyecto de Amonasro) y cuenta con una escena de rebelión o conjura que parece en pequeño un trasunto de una rossiniana equivalente en Guillermo Tell, en conjunto, el caudillo no alcanza un perfil tan rico como el de su hija soprano.
Al tenor le llega su mejor oportunidad en Di sue pietose lagrime (escena VI, acto III) aunque en el balance final su participación en la obra puede despertar el menor entusiasmo en comparación a sus dos compañeros. El libreto de Marco D’Arienza reconstruye, está claro, la lucha del héroe astur Pelayo, aquel que según nos contaron inició una Reconquista que remataron siglos después los Reyes conocidos como Católicos.
Es curioso que en el texto sólo se hable en una ocasión de “Asturias” (al principio del acto III), aplicando a los personajes que no son árabes o moros la denominación de “íberos”, “hispanos” o “españoles”.
La acción tiene lugar en Gijón (Gione para el texto italiano) y alrededores, oportunidad para que aparezca un mensajero gijonés, como suele ocurrir, con malas noticias para los protagonistas.
Esta localización geográfica propició que en 2005 la ciudad asturiana de Gijón, con mucha afición a la ópera pero sin temporada fija (bueno, a tiro de piedra tiene la de la capital Oviedo), se ocupara en su Teatro Jovellanos de traer a la actualidad este título “local” mercadantiano. Lo cantaron Carlos Álvarez, Tatiana Anisimova y el tenor gijonés Alejandro Roy, bajo la dirección del asimismo gijonés Mariano Rivas. Rivas, por lógica, fue invitado a Martina Franca tres años después cuando el festival italiano tuvo a bien ocuparse de nuevo de esta muestra del talento de Mercadante. Ahora Costantino Finucci ocupó como Pelagio el lugar de Álvarez, Clara Polito el de Anisimova como Blanca y Danilo Formaggia fue Abdel después de haberlo sido Roy. Tres asiduos al festival del Valle d’Itria. Sus partes vocales en su estreno romano, respectivamente, habían sido concebidas para Filippo Coletti, barítono de altura y rival directo de Giorgio Ronconi, el primer Nabucco; para Fortunata Tedesco, de atribución, contralto, pero que se atrevía con sopranos dramáticas de agilidad como es el caso de Blanca que cantaba la Elvira de Ernani (para creer a ciegas, cual hacen muchos, en estrictas categorías vocales); y para Ludovico Graziani, el primer Alfredo Germont.
Mercadante parecía tener alguna extraña fijación por la región cantábrica: en 1840 estrenó La Solitaria delle Asturie o La Spagna Ricuperata, donde hace aparecer por vez primera al personaje de Pelayo, ahora con voz de tenor. Tuvo más relaciones hispánicas: Donna Caritea de 1826 transcurre en Toledo y en torno al Tajo ocurre I due illustri rivali, quién lo imaginaría, en Pamplona.
Fernando Fraga
Saverio Mercadante
Pelagio
*
*
*
*
*
*
*
*
*
*
No hay comentarios:
Publicar un comentario